COMENTARIOS DE CINE




LUIS BUÑUEL: "MEMORIA" Y POESÍAS SURREALISTAS


 Luis Buñuel (Calanda, Teruel 1900 – México 1983)

Durante muchos años el cine español creativo y de calidad se asoció, sobre todo en el extranjero, a las tres B: Bardem, Berlanga y Buñuel.  Ellos renovaron con sus propuestas temáticas y visuales, el mediocre cine español de la época.  Bardem desde un planteo de denuncia social políticamente comprometida, Berlanga desde la crítica irónica y esperpéntica de los usos y costumbres de los españoles y Buñuel desde sus críticos y revulsivos enfoques surrealistas.

Justamente su vinculación con el movimiento surrealista parte de sus años de estudio de Historia de Filosofía y Letras, cuando se alojaba en la madrileña Residencia de Estudiantes donde estableció una íntima amistad con Salvador Dalí y Federico García Lorca.  Con el primero rodará en Francia el cortometraje “Un perro andaluz” (1929), manifiesto cinematográfico del surrealismo, y más tarde, también en Francia, “La edad de oro” (1930), que provoca un gran escándalo.  Su primera realización en España, y una de las tres que logra filmar en su país, es “Tierra sin pan” o “Las Hurdes”, mediometraje documental sobre la miseria de Las Hurdes que es prohibido por el gobierno de la Segunda República. Durante los últimos años republicanos trabaja como productor para Filmófono (“Don Quintín el amargao”, “La hija de Juan Simón”, ambas de 1935.





A causa de la Guerra Civil termina exiliándose en México donde desarrolla la mayor parte de su filmografía con títulos tan notables como “Los olvidados” (1950), “Él” (1952), “Nazarín” (1958), “El ángel exterminador” (1962) y “Simón del desierto” (1965).









Antes y durante la última parte de su obra en Francia, filma sus dos únicos largometrajes españoles: “Viridiana” (1961), que lo consagra internacionalmente al ganar la Palma de Oro del Festival de Cannes, pero que es prohibida en España durante 16 años por sacrílega, y “Tristana” (1970).






“Belle de jour” (1966), “La Vía Láctea” (1969), “El discreto encanto de la burguesía” (1972), “El fantasma de la libertad” (1974) y “Ese oscuro objeto del deseo” (1977), serán sus últimas obras francesas.










Buñuel creó un estilo totalmente personal, inconfundible, siempre polémico y transgresor, a veces desconcertante, con un humor muy peculiar y sus particulares toques surrealistas.






En marzo de 1982 se publica en París, y posteriormente en España, “Mi último suspiro”, libro de memorias de Luis Buñuel, escrito por este y su amigo y guionista preferido Jean-Claude Carrière (Francia, 1931).


 Luis Buñuel y Jean-Claude Carrière

Juntos realizaron seis obras maestras del cine: “Diario de una camarera”, “Belle de jour”, “La Vía Láctea", “El discreto encanto de la burguesía”, “El fantasma de la libertad” y “Ese oscuro objeto del deseo”.

El libro es consecuencia de dieciocho años de trabajo en común de ambos autores, Buñuel evocando sus recuerdos y Carriére recogiéndolos por escrito.

“Memoria”, que transcribo a continuación, es un fragmento de “Mi último suspiro” que expresa la preocupación de Buñuel por perder los recuerdos, como le había sucedido a su madre.




MEMORIA

Durante los diez últimos años de su vida, mi madre fue perdiendo poco a poco la memoria. A veces, cuando iba a verla a Zaragoza, donde ella vivía con mis hermanos, le dábamos una revista que ella miraba atentamente, de la primera página a la última. Luego, se la quitábamos para darle otra que, en realidad, era la misma. Ella se ponía a hojearla con idéntico interés.

Llegó a no reconocer ni a sus hijos, a no saber quiénes éramos ni quién era ella. Yo entraba, le daba un beso, me sentaba un rato a su lado —físicamente, mi madre gozaba de muy buena salud y hasta estaba bastante ágil para su edad—; luego salía y volvía a entrar. Ella me recibía con la misma sonrisa y me invitaba a sentarme como si me viera por primera vez y sin saber ni cómo me llamaba.

Cuando yo iba al colegio, en Zaragoza, me sabía de memoria la lista de los reyes godos, la superficie y población de cada Estado europeo y un montón de cosas inútiles. En general, en los colegios se mira con desprecio este tipo de ejercicio mecánico de memoria y a quien lo practica suele llamársele despectivamente memorión. Yo, aunque memorión, no sentía sino desprecio para estas exhibiciones baratas.

Pero, a medida que van pasando los años, esta memoria, en un tiempo desdeñada, se nos hace más y más preciosa.
Insensiblemente, van amontonándose los recuerdos y un día, de pronto, buscamos en vano el nombre de un amigo o de un pariente. Se nos ha olvidado. A veces, nos desespera no dar con una palabra que sabemos, que tenemos en la punta de la lengua y que nos rehúye obstinadamente.

Ante este olvido, y los otros olvidos que no tardarán en llegar, empezamos a comprender y reconocer la importancia de la memoria. La amnesia —que yo empecé a sufrir hacia los setenta años— comienza por los nombres propios y los recuerdos más recientes: ¿Dónde he puesto el encendedor que tenía hace cinco minutos? ¿Qué quería yo decir al empezar esta frase? Ésta es la llamada amnesia anterógrada. Le sigue la amnesia anteroretrógada que afecta a los recuerdos de los últimos meses y años: ¿Cómo se llamaba el hotel en el que paré cuando estuve en Madrid en mayo de 1980? ¿Cuál era el título de aquel libro que me interesaba hace seis meses? Ya no me acuerdo. Busco afanosamente, pero es inútil. Viene por fin la amnesia retrógada, que puede borrar toda una vida, como le sucedió a mi madre.

Yo todavía no he sentido la acometida de esta tercera forma de amnesia. Guardo de mi pasado lejano, de mi infancia, de mi juventud, múltiples y nítidos recuerdos y también profusión de caras y de nombres. Si, a veces, se me olvida alguno, no me preocupa excesivamente. Sé que voy a recuperarlo en el momento menos pensado, por uno de esos azares del subconsciente que trabaja incansablemente en la oscuridad.

Por el contrario, siento viva inquietud y hasta angustia cuando no consigo recordar un hecho reciente qué he vivido o el nombre de una persona conocida en los últimos meses, o incluso de un objeto. De pronto, toda mi personalidad se desmorona, se desarticula. Soy incapaz de pensar en otra cosa, por más que todos mis esfuerzos y rabietas son inútiles. ¿Será esto el comienzo de la desaparición total? Es atroz tener que recurrir a una metáfora para decir «una mesa». Y la angustia más horrenda ha de ser la de estar vivo y no reconocerte a ti mismo, haber olvidado quién eres.

Hay que haber empezado a perder la memoria, aunque sea sólo a retazos, para darse cuenta de que esta memoria es lo que constituye toda nuestra vida. Una vida sin memoria no sería vida, como una inteligencia sin posibilidad de expresarse no sería inteligencia. Nuestra memoria es nuestra coherencia, nuestra razón, nuestra acción, nuestro sentimiento, sin ella no somos nada.

Con frecuencia, he pensado introducir en una película una escena en la que un hombre trata de contar una historia a un amigo; pero olvida una palabra de cada cuatro, generalmente, una palabra muy simple: coche, calle, guardia... El hombre farfulla, titubea, gesticula, busca equivalencias patéticas, hasta que el amigo, furioso, le da un bofetón y se va. A veces, para defenderme de mis propios terrores con la risa, me da por contar el cuento del hombre que va al psiquiatra porque sufre pérdida de memoria, lagunas. El psiquiatra le hace un par de preguntas de rutina y luego le dice:
—Bien, ¿y esas lagunas?
— ¿Qué lagunas? —pregunta el hombre.

La memoria, indispensable y portentosa, es también frágil y vulnerable. No está amenazada sólo por el olvido, su viejo enemigo, sino también por los falsos recuerdos que van invadiéndola día tras día. Un ejemplo: durante mucho tiempo, conté a mis amigos (y la cito también en este libro) la boda de Paul Nizan, brillante intelectual marxista de los años treinta. Cada vez, me parecía estar viendo la iglesia de Saint-Germain-des-Prés, la concurrencia, entre la que me encontraba yo, el altar, el cura, Jean-Paul Sartre, testigo del novio. Un día, el año pasado, me dije de pronto: ¡Imposible! Paul Nizan, marxista convencido y su mujer, hija de una familia de agnósticos, nunca se hubieran casado por la Iglesia. Totalmente inimaginable. Entonces, ¿había yo transformado un recuerdo? ¿Se trataba de un recuerdo inventado? ¿De una confusión? ¿Puse un marco familiar de iglesia a una escena que alguien me describió? Todavía no lo sé.

La memoria es invadida constantemente por la imaginación y el ensueño y, puesto que existe la tentación de creer en la realidad de lo imaginario, acabamos por hacer una verdad de nuestra mentira. Lo cual, por otra parte, no tiene sino una importancia relativa, ya que tan vital y personal es la una como la otra.

En este libro semibiográfico, en el que de vez en cuando me extravío como en una novela picaresca, dejándome arrastrar por el encanto irresistible del relato inesperado, tal vez subsista, a pesar de mi vigilancia, algún que otro falso recuerdo. Lo repito, esto no tiene mayor importancia. Mis errores y mis dudas forman parte de mí tanto como mis certidumbres. Como no soy historiador, no me he ayudado de notas ni de libros y, de todos modos, el retrato que presento es el mío, con mis convicciones, mis vacilaciones, mis reiteraciones y mis lagunas, con mis verdades y mis mentiras, en una palabra: mi memoria.



Y  POESÍAS SURREALISTAS


 Federico García-Lorca y Luis Buñuel


 Luis Buñuel y Salvador Dalí - Retrato de Buñuel por Dalí


NO ME PARECE NI BIEN NI MAL

Yo creo que a veces nos contemplan
por delante por detrás por los costados
unos ojos rencorosos de gallina
más terribles que el agua podrida de las grutas
incestuosos como los ojos de la madre
que murió en el patíbulo
pegajosos como un coito
como la gelatina que tragan los buitres
Yo creo que he de morir
con las manos hundidas en el lodo de los caminos
Yo creo que si me naciese un hijo
se quedaría mirando eternamente
las bestias que copulan en los atardeceres.



POLISOIR MILAGROSO  


En invierno caen al mar los gritos de los semáforos
acribillados de viento y de crucifixión
Un barco puede naufragar en una gota de mi sangre
de mi sangre cuando cae sobre el pecho
de una marquesa Luís XV de espuma

Ese paisaje se hiela menos sobre el espejo
que sobre las uñas de los muertos
que han de resucitar
con los dedos convertidos en flores
en flores de agonía extinta y de salvación

Partida como el valle de Josafat
les espera la raya de mi cabeza
Mientras Cristo condena
la Virgen María en peinador blanco
dará un pedazo de pan a todos los condenados
y pondrá un pájaro de caricias
en la frente de los que se salven.



ME GUSTARÍA PARA MÍ  

Lágrimas o sauces sobre la tierra
de dientes de oro
de dientes de polen
como la boca de una muchacha
de cuyos cabellos brotaba el río
en cada gota un pececillo
en cada pececillo un diente de oro
en cada diente de oro una sonrisa de quince años,
para que se reproduzcan las libélulas
¿En qué puede pensar una doncella cuando el viento le descubre los muslos?



EL ARCOIRIS Y LA CATAPLASMA  


¿Cuántos maristas caben en una pasarela?
¿Cuatro o cinco?
¿Cuántas corcheas tiene un tenorio?
1.230.424
Esas preguntas son fáciles.

¿Una tecla es un piojo?
¿Me constiparé en los muslos de mi amante?
¿Excomulgará el Papa a las embarazadas?
¿Sabe cantar un policía?
¿Los hipopótamos son felices?
¿Los pederastas son marineros?
Y estas preguntas, ¿son también fáciles?

Dentro de unos instantes vendrá por la calle
dos salivas de la mano
conduciendo un colegio de niños sordomudos.

¿Sería descortés si yo les vomitara un piano
desde mi balcón



PALACIO DE HIELO 

Los charcos formaban un dominó decapitado de edificios, de los que uno es el torreón que me contaron en la infancia, de una sola ventana tan alta como los ojos de madre cuando se inclinan sobre la cuna.

Cerca de la puerta penda un ahorcado que se balancea sobre el abismo cercado de eternidad, aullando de espacio. Soy yo. Es mi esqueleto del que ya no quedan sino los ojos. Tan pronto me sonríen, tan pronto me bizquean, tan pronto SE ME VAN A COMER UNA MIGA DE PAN EN EL INTERIOR DEL CEREBRO. La ventana se abre y aparece una dama que se da polisoir en las uñas. Cuando las considera suficientemente afiladas me saca los ojos y los arroja a la calle.

Quedan mis órbitas solas sin mirada, sin deseos, sin mar, sin polluelos, sin nada.

Una enfermera viene a sentarse a mi lado en la mesa del café. Despliega un periódico de 1846 y lee con voz emocionada:
“Cuando los soldados de Napoleón entraron en Zaragoza, en la VIL ZARAGOZA, no encontraron más que viento por las desiertas calles. Sólo en un charco croaban los ojos de Luís Buñuel. Los soldados de Napoleón los remataron a bayonetazos.”



 Luis Buñuel






 

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