I - De repente
Te percibes retornando con
dificultad de territorios que se desvanecen, mientras lentamente comprendes que
permaneces allí, en la misma cama de la misma habitación donde cerraste los
ojos que ahora pretendes abrir con dificultad.
La pereza determina todos
tus movimientos. Desandas los últimos pasos de tu noche anterior. Reconoces
luces, espacios, sonidos, objetos. El agua reanima tu desnudez: tu cuerpo está
completo, aparentemente no has extraviado ninguna de tus partes.
Estás, otra vez,
supuestamente vivo, deseoso, obligado o resignado, pero todo indica que
dispuesto a gastar tu día en gestos y movimientos más o menos previsibles y acompasados.
No faltarán los ruidos y las palabras, las manos y las miradas. Algunas
sonrisas. La indiferencia. La soledad o un poco de amor.
Y todas estas
posibilidades en el caso de que no despiertes en medio de cualquier violencia,
o condenado a la miseria y la más absoluta desesperanza. Pero no hay riesgos,
tú perteneces al mundo de los privilegios, aunque casi nunca seas consciente
porque para ti forman parte de la normalidad, de la seguridad de tu presente y
tu futuro.
Hoy, que puede ser
cualquier hora de cualquier mes de cualquier año de tu vida terrestre,
suponiendo que aún te aguarden otras vidas en otras dimensiones imaginarias,
hoy, de repente, te quebrarás.
Y por un instante, un
momento o un plazo de tiempo imposible de calcular, te balancearás al borde de
tu abismo. El que te corresponde. Porque, no lo dudes, multitudes de otros
estarán al unísono asomados a sus abismos particulares, y todos, al igual que
tú, deberán reflexionar. Sobre los límites. Sobre los miedos más atávicos.
Sobre el dolor. Sobre el tiempo. Sobre la vida y la muerte.
Silencio: no grites, ni
llores ni te desesperes. O sí, grita, llora, desespérate hasta que dejes de
balancearte y logres recuperar algo de equilibrio. Hasta que comprendas que hoy
te toca quebrarte. Que el vértigo que casi te derrumba también es vida. Que tan
sólo eres uno más en la multitud. Que puedes renacer. Y que siempre es
maravilloso renacer si en la breve o larga vida que te espera todavía quieres
aprender. Simplemente aprender. Sin
objetivos precisos. Sin límites definidos.
Hoy desandas los últimos
pasos de tu noche anterior. Reconoces luces, espacios, sonidos, objetos. Estás,
otra vez, supuestamente vivo, dispuesto a gastar tu día en gestos y movimientos
más o menos previsibles y acompasados.
II - Los otros y sus acompañantes
Ahora, ya, estás
comprobando que perteneces a la multitud. Que eres uno más entre los otros y
sus acompañantes. Que tu supuesta única identidad casi no te diferencia de
todos ellos que, seguramente, se habrán balanceado al borde de un abismo
semejante al tuyo. Y algunos se habrán quebrado sin solución, y aún estarán
gritando y sollozando su desesperación, mientras que otros habrán aceptado en
silencio el desafío y se empeñan en buscar estrategias y soluciones. De lo más
natural y cotidiano.
Al fin, el drama es sólo una
manera de expresar un suceso, más o menos habitual, que también podría
encararse con ironía e incluso combatirse con una buena dosis de humor
inesperado (o desesperado), aunque algunos no lo comprendan y hasta puedan
escandalizarse por esta abrupta forma de interrumpir tragedias.
Lo real e indiscutible es
que ya eres uno de los otros y sus acompañantes, circulando con obediencia por
los mismos interminables pasillos. Esperando turnos. Aceptando incertidumbres. Suponiendo
probabilidades. Plazos. Límites. Finales.
Los otros son Ella, que
aún no ha cumplido veinte años y no puede comprender por qué a ella que recién
inicia su juventud; Aquél, que en medio de su treintena no puede comprender por
qué a él que todavía está disfrutando de su juventud; Él, que rondando los
cincuenta suponía que había logrado éxitos, metas, prestigio y no puede
comprender por qué a él después de tanto esfuerzo; Aquélla, que siempre planeó
sus últimos años en paz y no puede comprender por qué a ella que sólo desea
serenidad.
Mientras tanto, los
acompañantes no parecen tener edad ni expectativas ni desilusiones, tal vez porque
no son los protagonistas. Ellos están obligados a ser comprensión, abrazos,
consuelo, equilibrio, sensatez… Ellos están obligados a ofrecer vida. Maquillados
de optimismo, sólo pueden desesperarse ocultos en rincones, a la hora de las
pesadillas, en espacios vacíos, sin testigos o compartiendo silencios con otros
acompañantes.
Qué enorme sería la
soledad de los otros sin sus acompañantes. Qué enorme sería mi soledad solo
entre los otros y sus acompañantes.
III - Entre paréntesis
Ahora que me he tomado el
helado, siento como si todo fuese extraño, distante, ajeno. Como si ya no
perteneciera al mundo agitado que me rodea. Dormir trescientos años puede relajar pero
desconcierta. Mi única opción es comenzar de nuevo, aunque no sé desde dónde ni
hacia dónde. Nacer suele ser conflictivo.
Creo que desde siempre he
intuido que la vida y la muerte no se oponen que, simplemente, forman parte
inseparable de un mismo proyecto que podemos justificar de mil maneras sin
llegar jamás a saber cuáles son sus reales designios, suponiendo que lo real
exista.
Al fin, cuando celebramos el
triunfo de la vida, es sólo que la muerte se ha postergado.
Nos queda el aliciente del
amor, esa vibración poderosa, única, total, inclasificable, que nos redime y
nos incita a volver para intentarlo una y otra vez, a pesar de todo, por los
siglos de los siglos.
El primer amanecer fue sólo un resplandor que percibí fugaz, mientras una especie de mayordomo solemne y absurdo me indicaba la habitación donde una mujer, de labios repintados, comenzó a darme órdenes secas, inapelables, que doblegaron mi voluntad hasta dejarme indefenso.
Después, aparecieron dos
guías impacientes decididos a conducirme por una intrincada sucesión de
pasillos y recodos, donde se alternaban penumbras y luces deslumbrantes, rumbo
a la larga noche que tal vez me esperaba.
Por fin, mis párpados se debatieron
unos segundos todavía hasta que mi cuerpo se entregó sin condiciones a la
ausencia impuesta. ¿Dónde se resguardan las emociones, las expectativas, la
memoria, las palabras? ¿Cuánto sufren, cómo las hiere el tiempo suspendido?
En el hondo vacío de la
oscuridad a veces se insinúan murmullos, palabras que no pueden surgir de mi
garganta, que no se manifiestan en mis labios resecos y se desintegran sin
significados. La soledad es inmensa, pero no hay manos para aferrarse a nada
porque la nada es total. Y el aire es mezquino, y mis pulmones no alcanzan a
contenerlo… Tal vez unas gotas de agua… Quizá reconocer mis límites en el
espacio… Pero el espacio no existe y tampoco el agua ni el aire imprescindible
para liberar la angustia que se va alojando en esta pesadilla que me aprisiona,
que me sobrecoge a su antojo. En este mal sueño que parezco ser, si es que aún
resta algo de mí.
Se mueven formas, cuerpos,
luces y otra vez palabras, indescifrables, sobre un plano frontal que
bruscamente se eleva por encima de mi cabeza y amenaza con desplomarse sobre mi
cuerpo que parece ir recobrando sus contornos. Y de nuevo la oscuridad
impenetrable, y el agua y el aire ausentes que van desesperándome. Y la imagen
frontal que cambia de posición y vuelve a amenazarme mil veces, con una
frecuencia vertiginosa que me precipita en el vacío más insondable del que
retorno cada vez con mayor dificultad, impregnado de un miedo lento, casi sin
esperanzas.
De improviso, comprendo
que puedo rechazar esas sensaciones convulsas que no he elegido. Puedo pensar,
desear un final liberador que me rescate, que me rescate, que me rescate…
No creo que la muerte sea más cruel que esta noche interminable que me atormenta.
No creo que la muerte sea más cruel que esta noche interminable que me atormenta.
Porque, de todos modos, ¿adónde
me conducirá la vida si no es hacia la infalible muerte?
Necesito una breve señal
de luz que me entibie, un aliento que me acune. Un abrazo que me incorpore. Un
beso que me retorne. El dolor es infinito cercado por la oscuridad. Si pudiera
gritar, si pudiera llorar y llorar y gritar para que se extinga la noche. Pero
el llanto y el grito necesitan la fuerza de un impulso inalcanzable para mí.
Antes o después de la más
absoluta desolación, en el centro exacto de un territorio helado sin horizontes,
un hilo de luz húmeda se posará en mis labios y me penetrará muy lentamente… Tal
vez una señal de la vida que aún me reclama, quizás el primer gesto de la
muerte que me recibe…
Ansío paz, quietud, silencio… Necesito salir de mí, huir, correr…
Ansío paz, quietud, silencio… Necesito salir de mí, huir, correr…
La mano de una voz
femenina, intensa y cálida, se posa en mi cabello con delicadeza y me invita a
despertar. Puedo intuirla en medio de una luz acogedora. Pero decido dormir
trescientos años y ella me comprende.
No sé cuándo me han
instalado entre tres paredes y una ventana con cielo, tangibles y concretas.
Objetos azules rodean el espacio que me contiene. Cualquiera consigue,
apretando botones, cambiar mi posición, mejorar o empeorar mi apariencia
yacente o someterme al dictado de sus intereses. Casi no puedo moverme
conectado a múltiples cordones umbilicales por los que circulan, gota a gota, fluidos
incoloros que me penetran pausadamente, sin dolor. Esta es mi vida recuperada
de hoy, frágil y vulnerable, que podría destruirse sólo con un brusco rechazo de
mi cuerpo. Pero aún no soy dueño de mis decisiones ni me atrevo a gestionar mis
movimientos.
Estoy, espero no sé qué,
reconozco voces y sonrisas que me confortan y creo que me alejo poco a poco de
la noche interminable, aunque todavía no han transcurrido mis trescientos años
de sueño.
Pero la noche retornará
sombra a sombra, y una luz oblicua revelará un muro con florero y margaritas que
se deshojan como sacudiéndose la torpeza
de los colores. Desde entonces, los días serán de ventana con cielo y las
noches de muro iluminado con margaritas deshojándose. Pero ahora, se ha vuelto
a instalar el temor en mi cabeza. Y ya me deslizo, nuevamente, por territorios
inciertos y peligrosos que aumentan mi fragilidad, habitados por mujeres de caderas
majestuosas y pechos mullidos que parecen acudir, desde la luz oblicua, para
observarme con aparente inocencia y curiosidad. Mujeres que me rondan. Que
permanecen atareadas con sus rituales alrededor de mi yugular, entre murmullos
y telas que se frotan levemente cruzando el aire extraño de la madrugada con
miedo. Hasta que desandan sus pasos con prontitud y sólo queda mi cuerpo
exhausto, amenazado por el muro y las margaritas con florero acosando mi
agobiado espacio sin salida.
Vuelve a amanecer, y los
cordones umbilicales y yo logramos, con dificultad, instalarnos frente a la
ventana con cielo para observar el paulatino regreso de la luz dispuesta a
repetir sus ritmos.
Hoy necesito palabras
extranjeras que me narren historias y lejanías. Comprobar que todavía perviven
otros mundos más allá de la ventana y el florero. Y reírme, reírme del dolor y
los miedos, de la muerte, de la culpa y el perdón, de las morales y las buenas
costumbres y de todo lo que pincha, araña, perfora, atraviesa, corta, lastima, desgarra. Reconociendo, definitivamente, que el futuro no existe y que la eternidad es
una falacia, hoy, ahora, quiero y necesito reír para homenajear a la vida, a la
luz, a los que aman, al cielo de mi ventana.
Aquí, fuera del espacio
azul, los sonidos y los olores responden a códigos diferentes, pero precisos,
que ya voy reconociendo y de alguna manera van ordenando esta vida recuperada,
o esta nueva vida que me ha nacido con el dolor propio y normal de todo
nacimiento.
Aquí, dentro del espacio
azul, hay manos, muchas manos atareadas que van y vienen, que se detienen y
apresuran, que se mueven con esmero y rigor, que alisan y acomodan, que
vigilan, que comprueban y calculan, que alimentan, que sujetan, que sonríen y
alientan, que se esfuerzan por dar, o que conocen únicamente los ritmos de la
rutina y el tedio. Las manos han decidido llamarme Ernesto, porque así les
sueno y así me reconocen. Yo acepto mi nueva identidad porque todo recién
nacido necesita un nombre para saberse.
Y cada tanto aparecen
ellos: mis protectores y también mis carceleros. Los que han planificado cada
instante de mi nuevo tiempo. Los que provocan el dolor para calmarlo, custodian
el curso de los días, establecen los
fluidos incoloros, deciden a favor o en contra de mi voluntad o mi deseo. Los
gestores de mi realidad con cielo y margaritas. Ellos, artífices de esperanzas siempre relativas, garantes de
futuros siempre inciertos. Ellos, testigos de mi último nacimiento, desconocen
mis múltiples vidas pasadas, al igual que yo desconozco las suyas. Podemos intuirnos, suponernos a partir de
gestos y apariencias. Podemos atraernos más o menos, actuar con formalidad
nuestros roles o rechazarnos con disimulo. Podemos fantasear intimidades para que la imaginación aligere
nuestra incertidumbre. Podemos emocionarnos por la vida que intercambiamos, por
lo posible y lo imposible. Nos unen la ansiedad y el temor de sostener la vida
para que fluya hasta el improrrogable
final, que definitivamente desconocemos.
A los callados amaneceres
les suceden los mismos sonidos, las mismas manos, las mismas rutinas, aunque
los cielos nunca se repitan y la luz invada o no el recinto azul donde me he
resignado a esperar el monótono discurrir de los días y las noches. Enfrento
este largo plazo de tiempo quieto jugando con líneas y colores, dibujando
impulsos, amparado por la delicadeza que me ofrecen los que me cuidan y
recuerdan. Y una brisa cálida de sentimientos me nutre el alma, aunque la ciencia
se niegue a confirmarlo y alguien pueda considerar que mi sensación es cursi.
Las heridas siempre se
transforman con el paso del tiempo. Pueden comenzar siendo brutales hematomas
que delatan el impacto de la agresión. Suelen contener restos de sangre
coagulada, vestigios del dolor que se ha instalado en la piel para perdurar
hasta que se construya el olvido. El triste olvido que puede salvarnos. Y las
heridas se convierten en cicatrices, en huellas que continuarán señalando el
instante preciso de nuestra debilidad.
En este reiterado amanecer
que aguardo con ansiedad para que se defina mi ventana, he decidido borrar mis
cicatrices más antiguas. Mi mente las desdibuja de mi piel de recién nacido,
para confinarlas en el rincón más oculto de la memoria.
Desde hoy me permiten
investigar los pasillos exteriores que frecuentan los guías impacientes. Detrás
de una doble hilera de puertas, a veces apenas entreabiertas, se repite mi
espacio azul que entonces, al multiplicarse, deja de ser mi espacio. Cada tanto,
se interrumpen las puertas y aparecen los territorios donde habitan las manos
laboriosas. Todo en riguroso, previsible orden. Y los pasillos se bifurcan y
giran para reflejarse a lo largo y ancho
de sí mismos, en la frontera exacta de la espera.
Pis, caca, culo, pedo,
eructo: soy un perfecto bebé dependiente que quiere pero no puede desprenderse
de sus cordones umbilicales. Soy hijo de un fragmento de olvido y una noche
tenebrosa. Mi alumbramiento fue una penosa lucha por alcanzar la luz. Si mi
vida se confirma tendré que experimentar cada movimiento, cada gesto, cada
estrategia para lograr mi independencia, para liberarme de mis ataduras que
arrastro o me arrastran por los pasillos recién conquistados. Pis, caca, pedo,
eructo repiten a mi alrededor. Investigan los contenidos, miden densidades y
temperaturas, calculan las frecuencias y mi culo de bebé se siente
protagonista, importante y desinhibido. Pis, caca, culo, pedo repiten hasta el
infinito y consiguen que cada palabra pierda contenido y significado. ¿Y el
pudor?: lo han derrumbado sin avisar, aunque a los bebés les da lo mismo el
pudor y no conocen la vergüenza. Después de tantas vidas me atrevo a reivindicar mi terso culito con alegría, me
relajo y duermo serenamente.
Cuando me siento cobijado
por mi espacio azul, y los amaneceres se resuelven sin conflictos. Cuando ya no
percibo peligroso el muro con florero, y parece inminente la posibilidad de
cruzar los pasillos sin volver atrás, entonces, se manifiesta la sangre.
Bellamente roja. Escandalosa,
rotunda y amenazante. Libre y decidida fuera de su curso. Desbordante y desbordada
al impregnar el aire con su olor caliente y metálico. Abandonándome sin la
menor consideración, mi antigua sangre parece no querer participar de mi futuro. Prefiere
diluirse por los túneles de la ciudad que la ignora y la degrada. Desarma mi
larga paciencia en su huida atropellada, y me instala en la desazón, en el
vacío de aquella primera noche interminable donde la soledad era inmensa y no
había manos para aferrarse a nada porque la nada era total.
Y la sangre brota y fluye
a través de la madrugada que anuncia un amanecer sin mí, que he decidido irme.
Que me he abismado en el cielo turbulento de mi ventana dispuesto a no volver. Extraviado
en una huida que me sumerge en mis confines más desolados, donde el aliento y
las palabras no tienen razón de ser y el cuerpo pesa toneladas de silencio.
No estoy, me he ido y no
acepto razones. Quiero permanecer inmóvil, ignorando lo que sucede a mi
alrededor, hundiéndome hasta lo más profundo con los ojos abiertos. Atravieso
nubes que crecen impetuosas, se dispersan, vuelven a construirse con energía,
estallan traspasadas por inesperados haces de luz, y se renuevan ensayando formas en constante mutación.
Mi voluntad y mi infinito cansancio se
precipitan sin resistencias. La caída no tiene límites ni plazos. En lo más
recóndito, seguramente, me aguarda el impulso que me rescatará una vez más. Emergeré
pronto, con ímpetu, persiguiendo una intensa bocanada de vida.
La sangre se va deteniendo
poco a poco, titubeante, para volver a su disciplinado cauce y multiplicarse.
La alarma se desvanece como todas las alarmas, vencida por el tiempo que nunca
se detiene y ni siquiera sabe que es tiempo. Tendré que confiar en el sentido
de esta vida recién inaugurada. Los que me aman tienden abrazos a mi paso
vacilante.
Después de intentar dormir
trescientos años, siento intensos deseos
de tomarme un helado. Atravieso sin impedimentos las penumbras y las luces
deslumbrantes de los pasillos exteriores. Las manos laboriosas me desean, con
cariño, que no regrese nunca.
Comprendo que mi única
opción es comenzar de nuevo, aunque no sé a partir de dónde ni hacia dónde. Nacer
suele ser conflictivo porque, al fin, cuando celebramos el triunfo de la vida
es sólo que la muerte se ha postergado.
IV - Desde ahora
¿Cómo se construye el hoy,
el desde ahora? ¿Cómo se construye una vida nueva, un nuevo e impreciso plazo?
¿Qué debemos dejar definitivamente atrás? ¿Qué recuperar? ¿Qué modificar?
Contamos con la
irreductible memoria, con los miedos y las experiencias que imponen sus límites
y tantas veces nos paralizan. También cuentan las rutinas, los deseos
postergados, la soledad de saberse. Lo vano del futuro.
¿Cómo se construye el hoy,
el desde ahora? Nadie nos ha enseñado, nunca. Tal vez porque el asombro, la
pasión o el dolor son intransferibles. Quizás porque no hay aprendizaje
posible. Porque cada secuencia de vida es siempre, aunque no lo notemos,
sutilmente diferente a sí misma. Y los espejos nunca repiten sus furtivos
reflejos. Y ni las caricias, ni las miradas, ni el tono preciso de las palabras
son reproducibles. Porque aunque supongamos conocerlas no podemos retenerlas en
su esencia, en su preciso matiz.
Entonces no hay respuestas
o cada gesto, cada imagen, cada sonido son respuestas constantes en su
diferencia que en contadas ocasiones logramos percibir.
Es inútil, siempre hay que
comenzar de nuevo. El poder de la experiencia es leve. La memoria se falsifica
y nos miente, porque nunca más seremos aquellos que creíamos ser. Nos quedan la
intuición, la piel, la boca del estómago, los otros, las ausencias, la
imaginación.
¿Cómo se construye el hoy,
el desde ahora de una vida nueva?: atreviéndose.
Octubre – diciembre de 2014.
LOS SILENCIOS
Aquí viene cada uno a
buscar su dosis de supervivencia. Aquí las esperas parecen eternas y el tiempo
siempre más corto. Aquí los gestos se aquietan, las palabras se mesuran, la
fragilidad se impone. Aquí cualquier imprevisto puede estremecer el alma. Aquí todos
saben que el único futuro es hoy, ahora.
I – El espacio equivocado.
Es demasiado joven. Tiene
una agenda colmada de exámenes y libros de estudio. Tiene una madre que
planifica fechas para que allá, afuera, en lo que debería ser su mundo, todo
parezca normal. Pero está aquí, ocupando un puesto entre nosotros, frente a mí.
Lo observa todo con distancia y extrañeza. Seguramente es su primer día, o uno
de los últimos. De pronto, nuestras miradas se entrecruzan brevemente. De
pronto, me sonríe con tanta dulzura que se ilumina mi esperanza cansada.
II - Hasta nunca.
Nos hemos reconocido en
más de una ocasión. Todavía es posible adivinar la firmeza y la elegancia de lo
que fue su cuerpo. Desde la última vez, en su noble rostro ha crecido la
resignación. Sabe con absoluta certeza que rebelarse ya es inútil. Sabemos que
este adiós es definitivo.
III - ¿Es aquí?
No sabe si debe esperar
indicaciones. No sabe si debe esperar.
No sabe qué le espera. Sabe vagamente por qué está allí. Sabe que no
quiere estar allí. La invitan a reclinarse en el espacio que le han asignado.
Titubea. Continúa esperando de pie. Me saluda como justificándose, como
pidiéndome permiso para quedarse. La siento tan definitivamente sola que
quisiera protegerla, acunarla en un abrazo que le infundiera un poco, al menos
un poco, de tibieza.
IV - Por aquí
No creo que su gesto agrio
sea consecuencia de sus posibles dolores. Observo cómo da órdenes al hombre que
la conduce, cuidadosamente, en una silla de ruedas. Su despótico tono es
innato, no responde a circunstancias momentáneas. Aventuro que ella es, siempre
fue, un bicho malo y prepotente que ahora, para castigo de su acompañante, está
enfermo. Me lo confirma la angustiada palidez de él paseando la implacable
cólera de ella. ¡Sigue por aquí! ¡Sube por allí! ¡Vuelve! ¡Más rápido! ¡Más
despacio! Y de improviso aparece una rampa demasiado pronunciada que aceleraría
las ruedas de la silla si él se atreviera a descontrolarla, a descontrolarse.
Porque él también tiene derecho a la vida.
V - Sonidos.
Un saludo o una
bienvenida. Suspiros, respiraciones más o menos aceleradas. Pasos vacilantes,
firmes, metálicos a veces, que se acercan o se alejan. Murmullos
indescifrables. Muebles que se deslizan. Alguna queja. Toses. Goteos
intermitentes. Despedidas. Hasta que, de pronto, una o varias alarmas rompan el
silencio para indicar que todos los plazos se cumplen.
VI - A pesar de todo.
Ellas deben mantenerse
intactas porque aquí no pasa nada. Su misión es asistir, atender, dar, sostener
con buen gesto, con normalidad, evitando cualquier señal sospechosa, porque
aquí no pasa nada. Y aunque comprueben día a día, hora a hora, cómo se va la
vida, aquí no pasa nada más que se va la vida. De modo que siempre hay y habrá
un repertorio de palabras adecuadas para cada duda, para cada dolor, para cada
muerte que se aproxima y que ellas saben que no pueden detener. Porque el
optimismo, el entusiasmo y la voluntad no son más que recursos bien aprendidos
que alientan, pero no podrán nunca vencer a la fatalidad que ni siquiera se
esfuerza, que es. Pero aquí no pasa nada y gracias a ellas, que no deben
rendirse, que no pueden demostrar nunca su tremendo cansancio o su
desesperación, gracias a ellas también la vida continúa.
VII – Familia
El padre parece haber aceptado
su destino con serenidad o al menos con obediencia, sin crear problemas. La
madre organiza con firmeza, con actitudes de imprescindible distanciamiento. El hijo adolescente menor la asiste, con
empatía, en su efectivo disponer. Hay
otro hijo algo mayor que no logra disimular la congoja que lo invade, que lo
invadió hace quién sabe cuánto tiempo. El padre se adormece, tal vez para
olvidar que nuevamente esta aquí. El hijo herido lo acaricia con delicadeza. La
madre ha perdido la mirada en un horizonte inexistente donde el hijo menor se
mantiene alerta.
VIII – Desde otro territorio.
El desafiante taconeo, los
muslos y las caderas provocativas no son propios de este mundo pálido e
insípido. Pero ella es auténtica y espontánea y no puede dejar de contonearse,
de invadir el ambiente con su perfume espeso y sus labios desbordantes, de
mirar sin disimulos. Al fin, a ella también le ha tocado estar aquí, disponer
de un espacio, de una esperanza. Y todo
se contagia de la indiscreción, de la falta de pudor de su presencia
inapropiada que le da color a la tarde, que ilumina la inevitable tristeza que
siempre permanece, como una niebla casi imperceptible, entre nosotros.
IX – Escenografía.
No sé, no me explico de
dónde vino ni cuándo comenzó a respirar con dificultad, hasta dar claras
señales de estar a punto de asfixiarse. Todo sucedió en un instante y en un
instante las batas blancas se multiplicaron acudiendo desde todos los rincones
y varios biombos, también blancos, se fueron desplegando alrededor de los cada
vez más intensos jadeos de la víctima, que desapareció de nuestra vista en
medio de un prodigioso cambio de escenario acotado por los biombos que
disimulaban estertores, oxígenos, jeringas, médicos de urgencia y todo lo
necesario para que la mujer fuera recuperándose poco a poco. Hasta que retornó
la calma. Se replegaron los biombos. Desaparecieron los artífices del milagro. Sonó
una música grandiosa y triunfal y todos celebramos con una ovación la
prodigiosa representación de supervivencia.
X – La luz interior.
El cielo, desde adentro de
la tarde, es una franja de luz opaca que no ilumina, que sólo perfila cuerpos
quietos, acurrucados, plegados sobre sí mismos, olvidados, lejanos, en espera. Desde adentro de la tarde el cielo aparece
inmutable, sin nubes, sin reflejos. El cielo es una franja de luz detenida.
XI – Para las bocas apretadas.
Una risa sofocada en medio
del silencio, como disculpándose. Una risa que no logra controlarse. Que se
piensa inadecuada, pero que contagia y se multiplica. Y se extiende por el
aire, con una impertinencia necesaria que parece trastocar las monótonas
rutinas del dolor. ¡Qué la risa se atreva a transformarse en carcajada y que
todas las bocas se relajen y olviden!
XII – Para el alma.
Con amoroso cuidado le da
energía, bocado tras bocado, sorbo tras sorbo. Y se reflejan entre sí y se les
iluminan las miradas.
XIII – Ansiedad.
Tose con agotadora
insistencia, hasta que se inicia una breve tregua. Y vuelve a toser, y sus
pulmones crujen y entrecortan el ritmo de su agitación. Otras treguas cada vez
más cortas, otros espasmos cada vez más intensos. Nada parece indicar que logre
ya recuperar el ritmo natural del aliento que a todos se nos ha alterado,
porque aquí la indiferencia es imposible.
XIV – Él.
Llegó leve, insonoro, casi
transparente. Se detuvo unos segundos, nos observó con melancolía, nos dedicó
una suave sonrisa a modo de despedida. Y se fue como había venido, en silencio.
Otra vez se apagó la tarde.
Diciembre de 2014.
Emotiva y profunda reflexión de la vida y la muerte, de lo efímero del ser y de las incógnitas del después... transcripción propia de una mente privilegiada y muy analítica.
ResponderEliminarGracias por compartirlo
AGG
Toda una catarsis la que haces a través de estos textos ,posiblemente ayuden a entender .Espero leer muy pronto el disfrute de más helados.Enhorabuena .Un abrazo.Teresa.
ResponderEliminarY unos cielos más despejados aunque igual de bellos.Teresa.
ResponderEliminar21 de marzo de 2015
ResponderEliminarHola Mario. He vuelto a leer tus palabras y me emocionan, porque a través de ellas has retratado tu dolor, tus sensaciones o tus miedos ante lo desconocido que te acontecía, y te admiro por la forma de canalizar el dolor, porque el dolor lo conviertes en poesía y en imágenes, rodeado además por el dolor de desconocidos que comparten la incertidumbre de los resultados de tanto sufrimiento. La vida es dura, muy dura, y en este gordo libro que tenemos los seres humanos, que a unos se les cierra antes que a los otros, el tuyo vuelve a tener muchas páginas, que a veces pasan rápido y otra se ralentizan ofreciendo una nueva vida, un nuevo nacimiento, el resurgimiento de una nueva persona más fuerte. Sólo siento que desfalleces cuando la sangre incontrolada se escapa de tu cuerpo y notas que se te va la vida con ella. Pero luego, igual que después de una inundación, el agua del río vuelve a su cauce y todo pasa a la normalidad. Tuviste encuentros y desencuentros en un ambiente que no te invitaba a quedarte, pero siempre estuviste rodeado de tus seres más queridos que velaban tu inquieto sueño, atentos al más mínimo cambio de tu cuerpo o de todo lo que te rodeaba. Y como bien escribes, es una inmensa fortuna tener a tu lado a personas que te aman o que te recuerdan. Yo no sé escribir palabras poéticas o frases bien realizadas, pero estas palabras escritas salen de lo más profundo de mi alma. Un beso muy fuerte.
26 de marzo de 2015
ResponderEliminarAcabo de leer en internet “La vida entre paréntesis” de Mario, y puede parecer contradictorio por el tema y quizás “gozar” un verbo inapropiado, pero ha sido un “gozo” su lectura; de pronto las palabras, el lenguaje, me han hecho recuperar algo. Lo he impreso para poderlo leer y leer... Cuando pueda abandonar mi particular "noche" y recuperar el impulso que ahora no poseo, intentaré hacer el comentario que siento que debo y que el autor y la obra merecen.
29 de marzo de 2015
ResponderEliminarNo sé qué puedo decir ante un relato tan lleno de emociones sobre el despertar a la palabra muerte, escrita de repente y con mayúsculas. Cómo sobreponerse al engaño de la vida que parecía inalterable.
Conocer que la vida es un tránsito, saber que el mañana es una especulación improbable, sentirnos vulnerables, son conceptos que duermevelan en nosotros, hasta que un día, sin avisar, deciden despertar. Entonces, la vida se convierte en la pesadilla del sueño más amargo, y el hoy pierde su significado a medida que la angustia y la impotencia abren paso a un final que se prevé inmediato. El proceso se vuelve interminable, cada noche una negra espiral. Y tú has querido compartirlo. Son tantas las sensaciones y tan bellamente expresadas que somos capaces de percibir en nuestra propia piel tu desnudez de entonces. Quisiéramos haber sido la gota de agua, el rayo de luz, la caricia o el abrazo que te rescatara de aquella primera soledad infinita. El tiempo, los atentos y amorosos cuidados, la fortaleza física y anímica, la inmensa suerte, han hecho posible hoy el regalo de la vida.
Es una profunda y serena descripción de sensaciones y reflexiones en un momento tan crítico, tan doloroso. Un relato de empatía, de gratitud a las manos cercanas, al continuo aliento, a la propia vida que ha decidido postergar el temido y previsible fin.
Gracias por convertir una experiencia tan íntima y dolorosa en un compromiso de renacimiento, por sacar a la luz la fragilidad de los otros, el regalo que son para nosotros sus propias batallas de supervivencia, por compartir el estímulo de dar y recibir el todo que es la nada, la nada que es el todo.
Gracias por desear intentar la vida, por iluminar la de todos con las delicadas vidas de los otros y recordarnos que cada secuencia de vida es siempre.
Gracias por evitarnos el dolor primero a pesar de tu propio dolor.
Gracias por seguir con nosotros.
Hola Mario, disculpa la tardanza en contestarte. No por ello lo tenía olvidado, ni había dejado de pensar en escribirte. En darte respuesta, no esa obligada respuesta sino referir nuestra gratitud por compartir tus vivencias con nosotros.
ResponderEliminarLa sensación de que te sorprendes vivo, de que sientes que estás vivo… de repente tomas consciencia de todo, y a la vez no poder hacer nada más que dejarte llevar…
Hemos tenido esa sensación de dormir trescientos años contigo, a la vez de vivir contigo toda una vida en una noche.
Además de emocionar tu relato y a pesar de hacernos conscientes de lo poco que somos cuando presumimos de tener carácter, de ser fuertes, ante ese monstruo todos somos iguales. Sólo nos distingue la forma de verlo, la forma de encararlo, la forma de recibir de nuevo la vida.
Cuando uno se da cuenta de que está solo, que a pesar de lo que nos diferencia del resto ya forma parte del grupo de los otros (también solos), lo más importante es saber o creer que tienes a alguien. Una de las definiciones con más sombras en tu relato es la “soledad”, la nada, y cierto es que debe ser inmensa cuando no puedes compartir en esos momentos NADA.
A pesar de estar con otros, realmente estás solo. Solo ante un episodio que nadie te cuenta, que tú contarás porque sólo tú lo has vivido, sólo tú de esta forma.
Por ser tan grafico en tus palabras hemos podido sentir contigo esa soledad tan inmensa, que sólo fue mitigada por los acompañantes, los Tuyos.
De verdad ha sido muy emocionante, a la vez que, en ocasiones triste y otras con cierto grado de impotencia… Gracias que tu eres de los que llaman privilegiados, que ya no estás solo, que tienes acompañantes y por eso has podido contárnoslo.
Gracias por compartir.
Un beso, nos vemos.
Pilar
Siempre he disfrutado con todas aquellas recomendaciones que tu, Mario me has hecho acerca de lecturas que considerabas me podían resultar interesantes, útiles, apropiadas, didácticas o simplemente placenteras. Es amplio el repertorio de obras de las cuales he tenido conocimiento a través de ti, muchas veces no sólo con recomendaciones concretas a mi, sino a otra persona, y que yo me he apuntado porque de seguro sabía que encontraría algo interesante, satisfactorio o constructivo en ellas. Leí tus poemas con admiración por la sensibilidad que encierran, por la belleza de las palabras que los componen, y muchas veces acompañados de obras de nuestros compañeros en la escuela, que juntos conforman un equipo capaz de remover muchas sensaciones en el interior de las personas.
ResponderEliminarHoy, y por recomendación tuya, leo tu blog. En verdad no ha sido hoy, pero hoy es el día en el que he conseguido materializar con palabras que “no siempre se organizan” todas las sensaciones que ha despertado en mi. “La vida entre paréntesis” y “Los silencios”, han sido como una especie de droga de la que he sido dependiente durante el tiempo que he pasado leyéndolos, y que pedían más y más de mi, para releerlos y volver a experimentar tantas y tantas sensaciones a partir de ellos.
Estoy segura que narran una historia difícil, la cual no conozco, pero que llega a mi sin necesidad de más detalles, de la misma forma que Mario, su manera de expresarse, su forma de decir y exteriorizar las cosas, han llegado a mi a través de estas palabras a pesar de que solo conozco una parte pequeñita de quién es Mario.
Renacer, estar vivo, celebrar la vida y todo aquello en torno a estos términos, sea quizá la parte que más me ha emocionado; no somos verdaderamente conscientes del regalo que es poder celebrar la vida, aunque muchas veces esta celebración tenga que invitar a su fiesta al dolor, a la soledad, a la violencia, a la miseria o a la desesperanza, pero aun teniendo que convivir con ellas, el postergar la muerte es solo sinónimo de más oportunidades, de más tiempo, para lograr nuestros objetivos, para disfrutar de la vida, para decir aquello que debemos y que no lo hacemos por miedo, por vergüenza, por cobardía y eso tiene un valor incalculable. El valor de las cosas lo ponemos nosotros, y ninguna cosa debería tener mayor valor en el mundo que el de tener la oportunidad de celebrar la vida.
Los silencios, 14 silencios que he conocido a través de esta lectura, sabía que estaban ahí, pero no había pensado en ellos, y por eso los desconocía, algunos me han angustiado, el espacio equivocado, hasta nunca, la familia… me han hecho sentir miedo, emoción, porque los silencios están ahí y en cualquier momento pueden colarse en nuestras vidas y tener que caminar con ellos a nuestro lado. Superarlos es un triunfo, alejarlos no esta en nuestras manos.
De esta forma, Mario, una vez más he disfrutado con una lectura recomendada por ti, aunque esta vez ha sido algo muy personal, esa novela que te engancha, pero unida a una realidad cercana, esa historia que te apasiona (no por placentera precisamente, pero con final feliz) que ha dejado de ser tanto historia pues soy consciente de su grado de realidad. Tus palabras sinceras, bellas cuando la ocasión lo merece, duras cuando es necesario, transmiten las sensaciones de Diciembre de 2014, la forma de canalizar el miedo, de vencer el dolor, de saberse afortunado por el logro de un renacer tan drástico, afortunado por la gente que te quiere y te rodea, eso es todo un privilegio, el mismo que poder haber leído estas palabras que ahora llevo en mi interior con las sensaciones tan especiales que han despertado en mi y que me recuerdan la fragilidad de la vida y la importancia del renacer hoy hacia todo aquello que queremos ser. Mañana puede ser tarde.