Tres cuentos del libro "Hombre de poca ventana" de Mario Fournier.
PRÍNCIPE AZUL
Ella tiene la cabellera
oscura y espesa, como una mata libre en la que suelen anidar pequeños pájaros.
Ella pierde la mirada
luminosa en el horizonte de su amado mar, y espera. Es tiempo del Príncipe Azul
que llegará hasta su costa en un barco mágico.
Él tiene un cráneo
delicado que no soporta los despiadados reflejos de ese monótono mar. Fija la
mirada impaciente buscando su isla remota, y ya desespera. Demasiado lejos lo
ha llevado su misión.
Ella adorna sus cabellos,
se humedece los labios, juega con la espuma, escribe mensajes en la arena y
sueña con las delicias del amor. Y, de repente, ve la silueta anhelada
avanzando hacia la playa.
Él apronta su equipaje en
cubierta y apenas controla la ansiedad.
Ella y él se descubren de
inmediato y, como era previsible, ella le entrega su amor virginal y
definitivo. Una luna ideal alumbra el placer de la primera noche. Pero ella tiene
una cabellera rebelde e incómoda que él corta con decisión en la penumbra del
amanecer, mientras ella llora desconcertada en medio de un alboroto de pájaros
espantados.
Ella conoce el valor de
cada fruto, la combinación perfecta de los sabores y colores y el aroma exquisito
de todas las hierbas. Él parte cada madrugada cargando amenazantes metales. En
medio de la selva los sonidos pueden tornarse confusos y peligrosos, pero él
sabe distinguirlos con exactitud. Regresa al atardecer, siempre fatigado y
exigente. Día tras día va acumulando su botín dentro de grandes recipientes.
Clasifica especies, se deleita admirando exóticos ejemplares, y desecha los vulgares
que ella prepara con disgusto para cada comida.
Ella no comprende la
febril ocupación de él. Él no tolera la injustificada sonrisa de ella, que al
fin se transformará en una mueca de temor y soledad. Ella ya no pierde la
mirada en el horizonte, la playa es un espacio vacío y el mar se ha vuelto hostil.
Él está conforme con los
silencios y la pasiva resignación de ella. Ella desprecia los sabores, los colores
y el aroma repulsivo de los días. Ninguna luna presencia los gestos del
desamor.
Cuando el último
recipiente esté cuidadosamente embalado, él partirá con su peculiar equipaje y
la silueta del barco se repetirá en la lejanía. La isla remota quedará atrás y
el olvido de la ardua misión será un alivio.
Ella ha recuperado la
larga cabellera, pero no la sonrisa. Los pájaros no se atreven a anidar en su
pelo. Bajo su piel crece un cuerpo informe que a veces se retuerce o se agita.
"Príncipe azul" - Rubén Pecorari
DOMINGO DE PRIMAVERA
Es domingo y esto no tiene
demasiada importancia, pero comienza la primavera y, aunque nadie conoce su
sentido ni su razón de ser, un domingo de primavera es tradicional y sucede sólo
una vez al año.
Vera y Leonor son hermanas
y además gemelas, unidas desde siempre por sonrisas ingenuas, lazos, puntillas
y volantes, tos convulsa y paperas, solemnes comuniones, postres de merengue
rosado y mucha crema, refranes y moralejas, padres exigentes y rígidos, tías
de besos húmedos, respetables tradiciones, labores femeninas, conductas
virtuosas, esperanzas frustradas, sentimientos reprimidos, histerias congénitas
e inevitables solterías.
Vera y Leonor cumplen,
este domingo, más de cuarenta primaveras e inician los largos años de la vejez.
Pronto serán una carga indeseable para el Estado, y una incomodidad para los
parientes y vecinos más jóvenes que detestan obsesivamente cualquier señal de
deterioro físico. Ahora lamentan, tarde y con sentimientos de culpa, no haber retrasado
los primeros indicios del paso de los años.
Pero no han descuidado
totalmente el futuro. Para enfrentar la soledad han sabido rodearse de numerosos objetos de
compañía. Distribuidas por toda la casa lucen variadas plantas exóticas
realizadas en sofisticados materiales sintéticos, que imitan a la perfección y
casi superan a las que se pueden ver en ilustraciones de antiguos libros;
además tienen una duración garantizada y exhalan diversos aromas útiles para
desodorizar los ambientes, mantener el aire incontaminado e incluso
beneficiosos para la cura de catarros, resfríos y otras congestiones (¡una
verdadera maravilla de la ciencia!). Como complemento de las plantas
adquirieron también dos pájaros que, mediante una sencilla programación,
cantan siempre en horarios determinados y según el ritmo musical previamente
elegido (vals, tango, bolero, pasodoble, balada, pop); renuevan los tonos del
plumaje cuatro veces al año y jamás ensucian las jaulas. Aunque lo que más
enternece a las gemelas son cinco peces de bonitos colores tornasolados que se
deslizan flotando en el aire de un recipiente de cristal con forma de barco,
dando graciosos brincos mientras lanzan burbujas por las boquitas
entreabiertas con sólo conectar el recipiente a la red eléctrica. Sin embargo,
lo más valioso e importante, la verdadera estrella del hogar, la envidia de
primas maliciosas y vecinos pobres, es el adorable y maravilloso Romualdo. Un
perro enorme, blanco con manchas rosadas y celestes, que puede decirse que es
como de verdad dada la naturalidad con que mueve las patitas, gira la cabeza y
agita las orejas y el rabo. Para colmo, basta con pulsar una tecla, disimulada
detrás de su oreja izquierda, para que ladre con sorprendentes matices o diga mamá
y papá con voz cariñosa y emocionada, según sea la necesidad del agraciado
propietario.
¡Qué bonita se ve la casa
y qué acompañadas se sienten las hermanas! Han sabido planificar el futuro.
Claro que con mucho trabajo, rigurosos ahorros y no pocos sacrificios y
privaciones. Pero lo importante es que al fin han logrado concretar sus más caras
ilusiones. ¿Quién sabe de dónde les vendrá la afición por la naturaleza y los
animalitos? ¿Tal vez de un tatarabuelo que aparecía en una foto posando junto a
un árbol…? ¿Cómo serían los árboles? Al fin, no importa demasiado el remoto
origen familiar de la felicidad que las embarga: es domingo de primavera y hay
que festejarlo.
Programan los pajaritos,
enchufan la pecera-barco, pulsan la tecla del perro y, entre gorjeos a ritmo de
vals, burbujitas acrobáticas, ladridos cariñosos y aromas depuradores, quedan
embobadas disfrutando de tanta belleza.
¡Sin duda la vejez puede
ser gratificante!
"Domingo de primavera" - Rubén Pecorari
INICIATIVA COLECTIVA
Llueve con insistencia
para disgusto de todos. Mantener las ventanas herméticamente cerradas y tener
que salir a la calle vestidos como astronautas provoca incomodidad entre los
ciudadanos. Nadie tiene en cuenta la posibilidad del sol, porque hace
demasiado tiempo que el cielo se transformó en algo gris y sin matices. Nadie
quiere recordar el remoto pasado en el que la lluvia tenía múltiples
significados. Han aprendido que es mejor vivir sin mirar hacia arriba.
Desde hace semanas los
equipos de seguridad se mantienen alertas día y noche, pero son muchos los que
no tienen ni siquiera ventanas para cerrar y se atreven a salir con paraguas e
impermeables absurdos. Se supone que, en realidad, buscan el suicidio. Y
siempre lo consiguen.
Mientras llueve, el tiempo
pasa más lentamente que de costumbre. Los sistemas de información repiten monótonos
partes con recuentos de muertos y heridos, pero nadie quiere escucharlos. Hasta
que anuncien el fin del peligro y el retorno a la normalidad. El cielo
mantendrá su gris habitual y la humedad tardará aún bastante en desaparecer. La
gente recobrará pronto la calma,
incinerará a sus muertos y olvidará, rápidamente.
El ritmo de las calles
vuelve a ser agobiante, y dos viejas siempre vestidas de riguroso luto se
citan, otra vez, en el mismo lugar donde se acompañan tejiendo inútiles prendas
y recordando historias imprecisas. Allí, donde se amontonan las basuras pobres
de la ciudad, existió un parque que ellas frecuentaban por las tardes, aprovechando
el sol más cálido, después de las tareas domésticas. Se encontraban para hablar
de los hijos que crecían, confesarse secretos culinarios y quejarse de las nuevas
costumbres de la juventud. Ahora, después de la lluvia, repasan la lista de
parientes, vecinos o conocidos que acaban de morir, indiferentes al griterío de
los niños que persiguen ratas ocultas entre
las basuras para cazarlas, golpearlas y quemarlas vivas. Los animalitos se
retuercen chillando mientras les resta un poco de aliento. Los chicos festejan
el juego. Montoncitos de cenizas quedan desparramados alrededor de las viejas
que se separan para regresar a sus casas sin ventanas.
Las tardes siguientes
repetirán los encuentros, pero en la cuarta tarde, súbitamente, los niños no
cazarán ratas y las viejas no recordarán: diminutas formas verdes, que
sorprenden a todos, se han erguido entre las basuras. Y desde los rincones más
mugrientos y olvidados irán conquistando, palmo a palmo, los recovecos del
cemento, componiendo numerosos conjuntos en incesante crecimiento. Y las formas
se atreverán a florecer. Y surgirá una brisa imprevista y olorosa para mecerlas
al atardecer, junto a la urgencia de los sonidos de siempre, debajo de los
pasos que repiten los mismos caminos. Hasta que alguien se inquiete por el
murmullo del aire, otros se alarmen por la verde extensión que avanza, y todos
descubran con rechazo lo que nadie ha decidido ni planificado, lo que nadie
sabe qué consecuencias tendrá para la seguridad de la población.
La reacción no será
inmediata. Recién después del estupor y las deliberaciones la iniciativa
colectiva se producirá con rapidez. Todos cooperarán decididos a no exponerse a
otra amenaza. Bastante tienen con las lluvias. Pronto el humo de los incendios
se fundirá con el cielo de plomo, mientras que el paisaje ennegrecido devolverá
la calma y el sosiego a la voluntariosa comunidad que ha sabido actuar a tiempo,
unida ante el peligro.
Las viejas recuperarán sus
recuerdos y los niños jugarán sin temor. Al menos hasta las próximas lluvias.
"Iniciativa colectiva" - Rubén Pecorari
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